lunes, 7 de febrero de 2011

CRÓNICA DE UN VIAJE EN BICI HASTA PALENCIA


Quiero vivir, quiero buscar, pero sobre todo, quiero sentir. Sentir cada rincón por el que paso, por el que con mi bicicleta, peleo. Porque por encima de todo hay algo, una esencia inmutable que es la de la Patria, la de aventurarse por todos sus rincones, buscando para perderme y alejarme de la tumba de cemento sangrada por asfalto. Porque cuando te pierdes por ahí, alejado de la maldita civilización, pierdes una parte de ti, la del ciudadano que vive atado a las cadenas del estado, de aquel que vive en el mundo, pero aislado de él. Al despojarse de esa parte, halla otra, la del hombre salvaje en mi caso. La de aquel hombre que viaja de un lado a otro y al que no le importa el sufrimiento con tal de sentir a su tierra, de sentir a la vida.

A raíz de todo ello, hacía ya tiempo que llevaba con la idea en el cúmulo de mi pensamiento. Poco a poco he ido preparándome, haciendo salidas cada fin de semana por las inmediaciones de la diputación de Valladolid y en vacaciones por la de Salamanca. Por ejemplo hace dos semanas me fuí hasta Quintanilla de Trigueros siguiendo la carretera de Tordesillas,27 km de ida y otras tantos de vuelta, en total 54 km.
Otras veces en cambio, he decidido ir por la montaña, por entre la sierra salmantina limitrofe con la extremeña hasta Trujillo y Descargamaría, más de 60 km.

En definitiva, poco a poco he ido subiendo de distancia y manteniendo un fondo físico aceptable. Hasta ahora, hasta que el sábado anterior me superé en bici llendo hasta Palencia desde Valladolid. Ida y vuelta más de 112 km. Con ello me he demostrado a mi mismo que ya puedo recorrer largas distancias sin importar la dureza del trayecto, solo y como en el primer párrafo he dicho, el sentimiento.

Y os contaré un poco como lo hice:

Es sábado 5 de febrero, suena el movil y me levanto sobre las ocho de la mañana. Me asomo a la ventana, y observo que casi es de día. Por momentos parece que será un día despejado, que el Sol brillará con todo su esplendor. Pronto me equivoco, y todo es cubierto por la niebla. Desayuno un vaso de leche con dos pequeños bollos de chocolate. Salgo al patio de mi casa y hace frío, me fumo un cigarro para despejarme y voy a cambiarme. Cojo la mochila, me meto dos zumos, un bollito, y un pequeño bocadillo de lomo y algo de queso. Me pongo un pantalón largo de chandal negro, zapatillas de andar, y una térmica ligera, pues me gusta siempre que hago deporte ir ligero de ropa, con lo justo. Para cuando luego llegue a Palencia llevo metido un polo para ir más decente por su casco histórico.

Son más de las nueve, una braga, dos guantes y salgo de casa con la bici. La ciudad esta triste, vacía como siempre, hay mucha niebla que apenas deja ver. Apenas se ven coches por el centro, apenas hay vida en las calles, y eso que aunque sean las nueve de la mañana, es sábado, ya debería haberse puesto activa la máquina de esclavizar personas, las super tiendas capitalistas. Miro a los marcadores ubicados en zonas de la ciudad concurridas y veo que marca -5º, fuera de la ciudad hará más frío. Llego a la dársena que inicia el canal de Castilla en la dirección norte hacia Palencia ubicado en la Victoria. Oficialmente salgo a las nueve y media de allí. La ruta al principio es tierra, y en ocasiones pedregosa.

A medida que empiezo a recorrer kilómetros, el canal murmulla con el trinar de algunas aves ateridas de frío. Así como algunas liebres que ya por puro campo me salen al paso. Hace un frío tremendo, empiezo a notar el estomago helado, una capa blanquecina lo cubre, no lo siento, y siento como en el pelo se me forma escarcha de un color blanco lagrimoso. Es horrible, una tortura, apenas se ve más allá de mi ser en bicicleta y pocos metros más allá, voy casi a ciegas siguiendo un camino mortuorio. Por momentos pienso que estoy cansado, empiezo a perder la esperanza de regresar vivo. Paso al lado de cultivos, de pequeñas casas aisladas por la niebla, al lado de vías de ferrocarril abandonadas. Me encuentro con alguna que otra persona que pasea por allí, y como si de un fantasma se tratase, saliendo de la oscuridad, me mira, ve en mis ojos falta de esperanza, ve un rostro muerto, vacío de sentimiento. Y como si de alma errante se tratase, vaga por las tinieblas, por sendas heladas tanto como lo esta su alma.

Voy avanzando y viendo carteles que me van indicando la distancia hasta pueblos como Corcos o Dueñas que me separan de Palencia. Lo demás son puentes, pequeñas fábricas abandonadas y restos de antiguas dársenas. Castilla es preciosa, no la Castilla del pijoterio facha y asqueroso de las ciudades, ni la Castilla de las fotos para incitar a viajar a lugares de fantasía, tampoco. Sino la Castilla que solo es visible y sentida cuando esta mecida por la soledad el frío y de la niebla que nos hacen sentirnos aventureros, guerreros sin espada por la inmensidad fantasmal de lo desconocido. Soy pues un guerrero, ya no siento el frío, soy un alma errante, ya no hay dolor, ni tampoco esperanza, solo sé que he de seguir, al encuentro con otras almas errantes ya fenecidas en el transcurrir de la historia pasada. Pero por fin llego a Corcos, un pueblecito entre las diputaciones de Valladolid y la de Palencia. Paso por su estación ferroviaria y allí por cinco minutos me fumo un cigarrito, como una taza de tila en medio de la tempestad. Pero he de seguir, cualquier otro descanso venidero solo me hará perder más tiempo, e irónicamente, cansarme más. Y al final llego a Dueñas, cruzo un puente hacía el lateral izquierdo y viendo que he de coger un desvío y no sé cual, pregunto a un mayor que pasea por allí y me lo indica. Se sobrecoge del miedo que le causa mi presencia por mi cabello blanquecino de lágrimas fruto de la escarcha, y por mis ojos carentes de vida. Con buena intención me indica el susodicho desvío, le doy las gracias y sigo con mi camino.

Ya queda poco, ya queda poco voy diciendome, pero el camino es aún más largo, parece que no termina nunca. Un camino al lateral de un canal que los Habsburgo en su tiempo construyeron para unir Castilla, pero que fue un fracaso al no poder cruzarlo por la sierra hasta la zona cantábrica según tengo entendido. Pero lo que se quiere, al final se consigue, y por fin llego a las inmediaciones de Palencia, con goce, con mucho goce alcanzo el ala derecha que habrá de conducirme hacía su centro. Yo lo cruzo, el amado Sol, señor del Cielo me alumbra con sus rayos, y como un Cesar paso triunfal por su puente que cobija al Esgueva hasta Valladolid. Lo cruzo y llego hasta su casco histórico, su catedral, desde lo alto me mira. Me bajo de la bici, las calles bulliciosas, me voy haciendo algunas que otras fotos, pasando en su Plaza Mayor, y finalmente en su catedral donde a su vera me siento y como mi bocadillo, así como tomarme un zumo y fumar alegremente un cigarrillo. Pensando ya en irme, doy alguna que otra vuelta por su centro para constatar el buen carácter de sus gentes, sincero y amable con los demás. Escucho quejas sobre los fumadores que salen a la puerta de los bares a fumar, maldiciendo a los de siempre. Pero no me interesa, paso de esos rollos, he venido a dar una vuelta en bicicleta, no a escuchar temas relacionados con la política.

Al salir son casi las tres, me he enrollado demasiado dando vueltas por la maravillosa ciudad de Palencia, así que voy a salir cuanto antes que se me hecha el tiempo encima. Para ello cojo sin darme cuenta el lateral derecho del canal hasta Valladolid, un lateral llano y sin muchos baches. Más adelante tras gozar con energías, erróneamente al llegar a Dueñas me meto por el carril izquierdo pensando que era por el que volví, y cual es mi sorpresa que un par de kilometros más allá termina en un puente por el que es imposible pasar. No me queda otro remedio que cruzar con muchisimo cuidado la autovía hasta coger el lateral que sigue al canal. Pero para ello he de atravesar una alambrada pasando por debajo y rasgando un poco mi termica, pasar la bici también por debajo. Para cruzar la autovía he de pasar con fuerza la bici por encima del quitamiedos y cruzar dos veces cuando no pase ninguno. Uno me ve hacerlo y cuando ya estoy casi a punto de terminar me pita por la locura que estoy haciendo. Ya sé que es una locura, ya lo sé, pero he de seguir hasta que lo consigo. Consigo encontrar tras cierto esfuerzo el lateral izquierdo por el que vine y regresar todo recto hasta Valladolid. El camino se hace a veces empedrado, y vengo con el polo puesto desde Palencia por si hacía frío, pues tenía que ganar calor en caso de que mis fuerzas flaqueasen y así enviar menos sangre para calentar mi cuerpo.

El Sol me brilla, me mece, ya estoy bastante cansado, llego a Valladolid. Hace un rato que he venido desde unos veinte km antes de llegar a sprint, a toda velocidad. Estoy al final, pero hace un buen día y consigo llegar a la dársena desde la cual partí en la mañana. Me siento victorioso, como si hubiese regresado sano de la batalla pero roto por fuera, aunque me siento muy fuerte, muy orgulloso, al final lo conseguí. Me hago un par de fotos para inmortalizar mi llegada, cojo la bici y al borde de irme del mundo, a toda velocidad, fugazmente paso por el centro, como si me fuera en serio, a punto estuviera de morirme en la carretera. Pero he de seguir y al final llego a casa. Allí me ducharé, comeré, descansaré un poco, y por la noche fiesta. Las próximas paradas serán Medina del Campo y Salamanca.

Hasta aquí la crónica de mi pequeño viaje. Un saludo.



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