lunes, 28 de febrero de 2011

EL ÁRBOL DEL SILENCIO


Era de noche, de noche oscura, y mi rostro palidecía ante las hojas de aquel solitario árbol, que murmuraban en aquel denostado paraíso. Denostado por las almas errantes que paseaban por allí, esperando en su fatal silencio, su sentencia, su desdicha... Eran espectros, eran espectros blanquecinos lo que veía, lloraban, pero yo no les podía escuchar, no podía escuchar su amargo llanto que emitían entorno a mi presencia. Pero en cambio, si que podía sentir una fuerza de pura tristeza que me hacía temblar todo el cuerpo. Como si fuese una corriente fría que me ponía todos los pelos de mi cuerpo de punta. Podría decirse que era por el frío del otoño, pues de hecho eran finales de noviembre, un día olvidado en el calendario. Todo estaba a oscuras salvo la luz que iluminaba aquel lugar en el que me encontraba, fruto de una farola que quemaba el queroseno, y que hacía cobrar de vida su cuerpo alargado, grisáceo por el que brotaban como lágrimas fruto de las marcas de pintura que alguien, alguna vez había pintado. Alumbrabame aquel árbol frente al cual me encontraba, y bajo el cual acompañaban lápidas, suponiendo que serían las de aquellos que paseaban entorno a mi figura, y que flotaban en el aire como si su espectro, se mezclase con la oscuridad de donde me encontraba.

-¡Oh amor mío, que en triste y lúgubre noche como esta te fuiste para siempre! Te amé por encima de todas las cosas habidas y por haber en este desdichado mundo. En tus últimos y tristes momentos, me miraste a los ojos tal y como te conocí, en el silencio de mi vida, en una noche oscura sin fondo para mí. En la que mi cuerpo ebrio, solitario, mis ojos tristes, mirando a la Luna espesa por las nubes que ocultaban su brillo, cuyo espectro hacía murmurar a las hojas bajo la pena. Así, tu me miraste, y junto a mí te sentaste. Juntos miramos a la Luna, ambos lloramos, y finalmente el amor consumió nuestra desdicha y allí, solitarios, nos besamos... Así tu miraste en tu agonía al cielo que se reflejaba ante nuestra humilde ventana. No lloraste ante la muerte, porque no tenías nada ante lo que llorar. Muda ante ella perdiste tus palabras, cayó tu corazón en el olvido, en el silencio de las hojas acalladas por el viento, en aquellos fatídicos momentos, momentos para la pena. No me miraste a los ojos, no quisiste hacerlo, a mis ojos llorosos que no dejaban de mirarte, y con ello de llorar y llorar... Y mis lágrimas cayeron pues, en un saco roto, en el olvido. Y se hizo la oscuridad, por unos segundos todo se quedó a oscuras, nuestra habitación, la ciudad entera, todo en silencio... Pronto volvieron las luces luchando contra aquella oscuridad siniestra inmersa en la pena. Miré a tus ojos blancos, como la Luna a la que mirabas, reflejado su brillo grisáceo en tus ojos, y todo era silencioso...¡Oh amada, amada mía! ¿por qué te fuiste? Dimelo, dame aquella respuesta que en la antesala de la muerte no me diste,¡Damela, por favor, damela!...

Lloré tanto como pude ante la lápida en la que posaba el nombre de mi amada. No hubo ruidos, todo era silencioso, y oscuridad. La Luna no posaba ante aquel cielo negro, sin estrellas. Nadie lloraba, nadie más que yo. Me sentía incomprendido al igual que antes de conocerla me sentía. Nada me arropaba, ni el viento secaba mis lágrimas que manaban como un torrente frío por mi rostro. Los espectros me miraron, pero no veía sus ojos, pero yo sabía que me miraban, lo notaba en mi corazón. No había luz en él, ya no había esperanzas, tan apagado como estaba aquel lugar, así estaba mi alma. Entonces dejé de llorar, me sentí como si la vida misma me tragaba; como si mis manos y el resto de mi cuerpo comenzará a fundirse con aquella oscuridad. Entonces emití un chillido viendo que me ahogaba en el seno de la propia noche. Presa de la angustia, antes de por completo desaparecer,"tic, tac, tic, tac" sonó un reloj. Era el tiempo que me absorbía, que se tragaba y desvanecía a mi alma. Tan pronto como dejó de sonar, sobre mí se hizo la oscuridad...

Y aquí yace una lágrima de cristal, ante esta lápida entorno a la cual hay humedad. Su llanto nunca cesará, es un llanto para la eternidad. Solamente es y será un recuerdo, reflejo de que un día en el silencio de su tragedia, hubo alguien que desesperadamente quiso amar y ser amado. El amor que halló solo fue prefacio para ayudarle a morir, en mitad de aquella tormenta que en vida tuvo que afrontar.

...