miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL DESTINO DE LAS ESTRELLAS


Una noche tras otra, él, fumando en su pipa, salía al patio de su casa, con sosiego, encendía su pipa, calmado, y allí mismo se quedaba por mucho tiempo, que durase su fumada. Pensativo, miraba a la Luna, que solitaria se le mostraba, y a las demás estrellas, que a años luz, desde su planeta la rodeaban.

Miraba con melancolía, y cuan odiaba el mundo en el que vivía, deseaba salir de él, alejarse de llamas que pronto le terminarían por consumir...

Era un joven hastiado, cansado de vivir en la sociedad que no le entendía. Y no es que la sociedad entendiera sus palabras, que palabras había muchas. Es que la sociedad no le entendía simplemente por ser el mismo, a su ser. Sentía como una llamarada en su corazón, pero a la vez un pesimismo recargado al izar su vista a la ciudad, que lejana se le mostraba. Bajo flamantes industriales, bajo ruidos que le molestaban, encendía un día más para seguir viviendo, presa de sí misma, en su mundo. Todo eran años de tránsito de estaciones temporales, en las que cada año primaba por vivirlas intensamente, pero solo eran estaciones, cuantías de calor y de frío, generadas por un astro, al que la sociedad no entendía, y por ende no entendía su constante devenir en el Universo.

No se sentía arropado por nada...

Caminaba o iba y venía con su bicicleta de un lado para otro de la ciudad, mirando a su pueblo, con aquellos que compartía algo que él ya no compartía dentro de sí mismo. No tenía apego desde luego al lugar en el que su vida transitaba. Y cuando miraba otros lugares para irse, la misma sensación una y otra vez le volvía. No tenía apego a nada, se sentía presa del mundo.

Solo hallaba la paz cuando de noche, miraba a las estrellas, y dentro de él sentía que ya estaba preparado, pero...¿y para qué?...Sencillamente para vivir, pues no tenía miedo de aventurarse en el cielo. No es que deseara aventuras que también, sino que deseaba hallar algo, una esencia, la fuerza tal vez, que rige el Cosmos, y por ende todas las cosas que lo forman. Una verdad interior que superaba a su carnes, y que una y otra vez, azotaba su pensamiento, como si supiera algo que no era capaz de discernir por mucho que lo analizase. Como si hubiera algo dentro de él preparado para saberlo. Una luz, esencia, él no lo sabía, pero si que lo sentía, como si ya estuviera preparado para salir de ese atolladero en el que su vida se encontraba.

Pues miraba a su mundo, a su sociedad, como una gran mentira, un engaño, algo carente de valor y significado, en el que las personas, carentes de valor, se mataban entre ellas por puñados de arena, por posesiones que el tiempo consumiría, y con ello a sus poseedores; Por sensaciones banales que solo hacían más que reafirmar la simpleza del ser humano...

Él ya no se identificaba con nada, se sentía solo, sin apegos. Cuan dura era su vida de vivir sin poder vivir, sin poder desarrollar una parte de él que no le dejaba vivir. Pues su parte era él mismo, y su otra parte, era su cuerpo. E inmerso en su tragedia día tras día, vivía sin poder vivir, solo, ahogado por un mundo que no entendía, que no atisbaba a comprender tan insignificantes suyas pasiones, una especie a la que de muy profundo, odiaba...

Y así, todas las noches esperaba, y esperaba. O bien esperaría a que algo de lo llamado incorrecto por la sociedad mentirosa, por la que hace de su mentira su gran verdad: Ella misma, le rescatase, le permitiera salir y continuar su camino.

O bien esperaría a la muerte, sabiendo muy bien el fin que le aguardaba tras una vida sin sentido en un mundo sin sentido...

Eternamente esperando, o eternamente viviendo. El destino en adelante le confirmaría o le negaría su petición de vivir libre, alejado de toda la inmundicia de su mundo cruel, le haría libre, y por ende feliz, pero feliz espiritualmente, pues a fin de cuentas, en la carne no esta la fuerza, sino que es en el alma donde la fuerza y la esencia, están unidas.

Esperaría...y cuando el momento llegase, brillaría...