lunes, 30 de agosto de 2010

LA LEYENDA DEL AMADO Y EL CISNE


Seamos romanticos, viajemos a lugares desconocidos para nuestra razón, sintamos con nuestro corazón. Nuevas y hermosas historias que se nos descubran ante nuestros ojos. Por ello he escrito esta leyenda ficticia con tal de tratar de transportar al lector a un romanticismo hoy extinto, por cambiar un poco, por olvidarnos algo de esta pésima situación actual.

Un saludo.

Alexander


Ardía su corazón envuelto en llamas, en aquel lago, hermoso, hermosura, corazones radiantes, felicidad inmensa, amor, amorosos se querían, allí juntitos, perdiditos en la bella y azulada noche de luceros.

La miró con su corazón entregado, apenas se veía de las llamas, purpuras intensas que al cielo se arrojaban, al cielo inundaban, con su fuerza la noche alumbraban.

Enamorado, con los ojos encenagados, con el alma al viento, las palabras que iba recitando, perlas que salían de lo oscuro de su rinconcito oscuro.

Y era alegre la noche, en la fontana de oro, los muros azulados por la intensa noche, celestes, plazoleta de ángeles rodeaban a la fontana, de inmenso brillo cubierta, gemían las ranas de amor, silbaba el mirlo de amor allá acurrucadito, entre flores, lirios y amapolas, medio dormidito, con amor les miraba.

El viento por entre la hierba, levemente, levemente, las hojillas levantaba, como un susurro, los hilillos de oro de la bella dama acariciaba con su mano inmortal.

Los ojos del enamorado brillaban, más eran dos perlas caídas del cielo, su corazón en llamas, arrodillado, mirándola con ternura, más pensó que el tiempo se hubo detenido, las agujas del reloj, como hojas al amanecer caído, desterrado el segundo.

Él la miraba, más deseaba que su mirada fuera eterna, guardar el brillo de sus ojos en un cajoncito de su mesilla, plateada.

Le miro, le acarició su destellado cabello, como lirios soplados por el viento, cuyos pétalos son frotados con amor por el viento.

Puso su otra mano en la mejilla, rosada, enamorada, de los confines del universo, que dulce como la seda su mano se iba desplazando, paladeando con sus deditos de plata, amando cada brizna como si fuera la brizna del monte Olimpo.

Le cogió por los labios, instantáneamente le miró, volvió a palpar su rostro, la luna mirada embelesada, la noche sonreía por entre los muros azulados, el mirlo sonreía, las ranas de la fontana de oro cantaban. Y le beso, el fuego apareció, la antorcha de la vida se prendió, el mundo brilló de amor, todo era bello, muy bello, las rosas se levantaron de su lecho, inertes, dejaron de serlo, el jardín despertó, y el agua empezó a murmullear por entre las piedrecitas grises, por el granito azulado que lloraba de ilusión.

De amor, infinitos segundos, el reloj de nuevo, se detuvo, se rompieron las agujas, el viento dejó de soplar, la llama se avivo, se congeló la vida, él y ella dos flores, dos llamas, dos amores, dos pasiones germinando de su sueño.

Bella dama, celeste como cielo, blanca como las nubes que allá ondean en los montes de nuestro corazón, dio su beso y se fue...Tormenta que haces dolor, que en el nuestro momento menos inesperado, eres como la muerte, te apareces cuando menos lo esperamos. Entre el dolor, la reina blanca murmulleó y se fue, se fue perfumada en blanco, su cabecita, sus rizos de oro, desaparecieron, y como un ángel voló, voló hacia el cielo, en el camino llorando luceros de cristal que según caían se iban rompiendo, germinando perlas en el horizonte que lentamente se disipaban como una lluvia de pena.

El amado lloró, lloró eternamente, sus lágrimas se quedaron allí con él, como único consuelo, junto a él, formando un lago, en el que la fontana de oro sobresalía con él. Pasaron los años, pasaron los años, allí seguía el amado, esperando junto a sus lágrimas mientras el sol ya no se ponía por pena, por dolor ya sus brazos por el alba no extendía, el agua marchitada, oscurecida, el viento murmulleaba, el mirlo ya no cantaba, se fue antaño muy lejos, muy lejos, las ranas también se fueron. Allí seguía el amado, con el corazón hecho cenizas, los ojos vacíos, las mejillas oscuras como el vacío, triste, muy triste.

Un día llegó, como en toda vida, como en toda esperanza, todo tiene un fin, todo tiene un comienzo y un final. El amado se transformó en piedra, su corazón se petrifico de pena, y su mirada en la tristeza, hacia ninguna parte, marchó...

Dicen que vieron volar a un cisne, germinar de las entrañas del cielo que plateado tras muchos, muchos años, se había vuelto plateado. Posarse en la fontana de oro junto al amado. Dicen que vieron salir de los labios un destello y posarse en la alas del cisne, luego ambos volvieron a brillar y de nuevo dicen que el cisne hacia el infinito con el destello partió, volando, no se sabe a dónde, solo le vieron volar hacia el infinito, muy lejos, muy lejos.
Ahora de lo que fue una persona, ahora queda su forma hecha en piedra, hecha en granito blanco.

Dicen que el sol brilla más que nunca, que sus rayos posan cada tarde en las mejillas queriendo acariciar al amado, dar vida, y dicen que de los ojos brillan dos estrellas cada anochecer, sirviendo de guía a los mirlos que sobrevuelan que acompañan al amado noche tras noche, prendiendo sus labios de rojo intenso, prendiendo sus labios de amor.

Además se cuenta que cada 1 de agosto, una mujer blanca, de la que sus rizos de oro se aprecia, se sienta y se queda toda la noche besando al amado hasta que el amanecer se levanta y parte junto a un destello volando en forma de cisne hacia el infinito.

Es una leyenda, y ahora todas las noches me acerco y desde la lejanía le contemplo, a aquel que tuvo muchos sueños, muchas ilusiones, y sin darse cuenta lo perdió todo, ahora su consuelo es el amor.

Vida