domingo, 12 de diciembre de 2010

LA LOCURA DEL PADRE, CAPITULO III


Padre:
-Maldito destino es este el que a los hombres,
almas, nos ha tocado vivir, morir de pena,
que allá en la lejanía expulsa el Vesubio,
ceniza sobre los restos de amada nuestra Pompeya,
que allí en lejanas tierras, muerese,
y es sola, dichosa, la soledad apagada,
que enmudece ante el gemir de los hombres,
que en soledad, por único y último instinto,
que a las llamas de lo incierto se arrojan.

Reflexiona el padre y sigue:

-Por amor se hacen guerras, por dichosa dicha,
los hombres perecemos,
mas y me pregunto, solo, en mi destierro,
desterrado del mundo, hacia los confines de lo incierto,
si más pena en mi soledad cabe,
y a solas murmullo, caminando,
¿a que me llevara esta dichosa desdicha,
si ganas de caminar no tengo,
mas dichosa carga, maldita,
a los infinitos del Océano me empuja?

Cierra el padre, dichoso y apenado,
este diálogo, esta confrontación con su ser,
y mira de nuevo por la ventana,
de sus ojos, perlas rosadas,
brillantes al Sol púrpura, que sentido las da,
unas contra otras, se empujan,
y una detrás de otra, van cayendo,
y una detrás de otra, a lo incierto,
y una detrás de otra,van lamentandose,
y una detrás de otra, van muriendo.

El padre loco de dolor llanta:

Soledad, que tanto me afliges,
loco, con migo mismo vuelvo a parlamentar,
en el silencio que las huestes otorgan,
mas ya ni mi vida carece de valor,
solo es ruin el dinero, quien solo me guía,
por caminos de fuego, que encienden las cenizas,
que nunca dejan de arder,
mientras a mi mujer ya no quiero,
pues el amor en nuestra melancolía,
nunca vió su pasión, saciada,
y nacieron las canas de la vida,
mi sombra tejida por los finos rayos del alba,
perdió su color, lo incierto se murió,
con ello las ilusiones,
y del día a la noche, vi a mi mujer,
convertida en puta, más mi espada,
dejó de sangrar, la sangre corrompió al hierro,
y la espada se quebró...

Amargamente el padre, sentar se sienta,
con dolor y con ira, de como pasa el tiempo,
de la tristeza y el dolor que siente,
de ser consciente de que vive,
y sigue llorando, hablando solo,
en su desdichada locura, como única compañera.

Padre:
-Querer no quiero, ya a mi hijo,
no le amo,
¡oyelo muchacho, por mí, repudiado eres,
tu, la causa de nuestro desaliento,
incipiente, como una flecha de Tetis,
en mil pedazos, rompistes mi corazón,
y mi vida en esclavitud se convirtió!

¡Oyelo bribón, que tu de todas, de todas,
mis desgracia habidas y por haber, culpable eres,
mas solo deseo ya,loco,tu muerte,
para dar sentido a mis lágrimas,
dar rienda suelta a mi tristeza,
dar rienda suelta a mi humanidad!
...

El padre gime y se lamenta por lo dicho.

El infante todo lo ha escuchado,
el infante llora de angustia,
el infante se muere de pena,
el infante se rehuye,
y en su palacio de cristal,
llora de amarga tristeza.

FINAL DEL CAPITULO III