miércoles, 2 de marzo de 2011

MI ACCIDENTE. PARTE IV: LA ÚLTIMA PARTIDA DE CARTAS DE ALEXANDER


Llevaba ya un día en aquella sala de los horrores, reposando mi lastimado cuerpo sobre aquella especie de tabla que me amargaba completamente. No sabía si mi familia seguía allí en el hospital, en el pasillo limítrofe con la sala donde me ubicaba. De pronto vino mi madre a comunicarme que una enfermera la había comunicado que iban por fin a operarme. No sentí ni incertidumbre ni miedo, simplemente me limité a esperar como si ya todo me diese igual. De pronto, vinieron varios auxiliares de enfermería para trasladarme, mi madre les siguió. Y entonces noté la suave brisa de pasillo mientras ibanme trasladando a la sala de operaciones. Me fijé en los familiares que fuera de las habitaciones de sus convalecientes lloraban fruto de una situación similar a la mía. Otros, simplemente esperaban tomándose un café. También había enfermos que paseaban con muletas o en silla de ruedas. En definitiva, aquel bullicio matinal hizo que por unos momentos en los que duraba mi tránsito olvidará de lo que padecía.

Llegué a una sala de apariencia gris debido al color del inmueble operatorio. Digamos que rodeaban a la cama operatoria donde en breves momentos reposaría mi cuerpo. Me colocaron sobre ella con sumo cuidado levantando las sábanas sobre las que yacía mi lastimado cuerpo. Varios auxiliares con fuerza levantaron y con suma cautela de no golpearme contra nada, me pasaron a esa cama de aspecto metálico. Acto seguido la enfermera que estaba allí me animó a que me tranquilizara, pues aquella sala me infundía nerviosismo dado que sabía que me operarían, no sabía todavía de que, pero me operarian. Me administro vía inyección anestesia en mi brazo izquierdo, y con palabras de que me tranquilizara y que rápidamente me dormiría. Mi madre estaba a mi lado, los médicos estaban ya preparados, alguno comprobaba la pantalla en la que se vería mi operación, así como comprobando los utensilios quirurjicos. Entonces, comencé a sentir que me desvanecía, que la realidad que veía se desdibujaba entre las sombras. Traté de luchar por evitarlo contra mi mente que se iba apagando rápidamente. Y tan pronto como reaccione contra aquello, desaparecí del mundo.

... ... ... ...

Abrí los ojos en mitad de aquella noche en medio de aquel silencio que inundaba la sala de operaciones en cuyo fondo, me encontraba en una cama muy mullida, comodisíma la verdad. Había varias luces de baja intensidad alumbrándome. Aquel ambiente era de profunda melancolía, pero de profunda tranquilidad, como si tras la tormenta hubiese venido la calma. Cerré los ojos sin emitir un juicio y ningún pensamiento, algo raro en mi ser. Solo recuerdo que tenía una mascarilla de oxigeno en la boca que me agobiaba ciertamente, pero no tanto como cuando me encontraron tirado en la carretera y me tuvieron que colocar el collarín. Me sentí pues, vencido, sin fuerzas. Había ratos en los que me despertaba y me quedaba mirando a ninguna parte, con la mente en blanco, otros, dormía. A veces me lamentaba sin darme cuenta, y echaba en falta alguna compañía, alguna voz suave de cariño. Estaba solo, solo y a merced del silencio que omnipotente, contribuía más si cabe a crear esa atmósfera de terror, de la cual yo era consciente. Un terror que solo yo percibía, como si de pronto fuera a recibir alguna visita del inframundo. Pero sobre esa atmósfera, diré que a decir verdad, realmente me daba igual, me era indiferente. No pensaba, no lloraba, era como si no tuviera sentimientos, era en pocas palabras, un muerto que respiraba y abría los ojos.

A la mañana siguiente vino una enfermera. Me habló en voz baja, con ese cariño que tanto necesitaba. Ella lo sabía a juzgar por como la miraba, lo veía en mis ojos necesitados de amor para paliar el regreso a aquella tormenta de dolores en la que en breve volvería a adentrarme. Sabiendo de mi sed que el día anterior me había llevado a la locura, sin decirme nada, me dio un vaso de agua en la mano derecha, que con rapidez bebí. Pude notar en aquel vaso de plástico, el frescor del agua fría en mi mano, y acto seguido una corriente fresca que me acarició literalmente la garganta y con ello la lengua. Rápidamente tan rápido como hube bebido el primero, en voz baja, la pedí otro, así hasta tres vasos más. Poco me faltó para comérmelos.

Pasadas unas horas, vino un auxiliar a trasladarme, mi madre estaba esperando a fuera, en el pasillo. Me miró y levemente esbozó una sonrisa, la operación aparentemente había salido bien. Me trasladaron a una habitación doble, por poco tiempo vacía. Allí estaba mi padre terminando de colocar en un mueble en mi lateral izquierdo, mis pertenencias más valiosas, para que el tiempo que pasará allí me fuera más ameno. Las pocas pertenencias que me llevaron fueron las siguientes: El libro que por aquel entonces me estaba leyendo sobre la globalización, un MP3, mi móvil con la exorbitada factura pagada para que pudiera llamar, unos auriculares para ello, para hablar sin necesidad de ponerme el móvil en la oreja, así como alguna otra cosa que ahora mismo no recuerdo. Pronto aquello con las visitas y con los libros que pedía para leer parecería una improvisada biblioteca.

Era mediodía, por la ventana que daba a la calle se podía ver un cielo despejado, ciertamente soledado, hacía bastante calor. Comenzó mi madre a decirme que el motivo por el que me habían operado era que me habían colocado una placa metálica atornillada a la pelvis. Para con ello, así poder en un hipotético futuro, tener la oportunidad de volver a andar. Pero que para ello, se debían de unir ambos huesos mediante su crecimiento. Esa era la función de la placa, sostener en línea recta ambos extremos mediante unos clavos más que tornillos. Con suerte, antes de seis meses aunque no hubieran crecido del todo, podría volver a levantarme un poco, y antes de un año estar caminando. Por ello yo me enfadé, me sentí disgustado, y valgame la gracia que mi primer cabreo y mi primer pensamiento tras haber vuelto a nacer, fue el hecho de estar sano para ir a las V Jornadas para la Disidencia que se celebraban en Madrid entre los días 5,6 y 7 de noviembre. Tres días de conferencias identitarias sobre la identidad de Europa los demás pueblos del mundo, sobre la maldición del capitalismo, así como actos culturales. Todo ello organizado por el Círculo de Estudios la Emboscadura en colaboración con el MSR (Movimiento Social Republicano) Por ello me preocupaba, porque tal y como estaba, no había esperanzas para una recuperación rápida que me permitiese asistir a aquel festival de palabras que tanto me gustaba, dado que había ido el año pasado, solo dos días en vez de tres, y la sensación había sido extremadamente gratificante. Adicionalmente me dijo mi madre, que por la opinión de los médicos, tardaría casi dos meses en salir de aquel hospital, por lo que tendría que dejar segundo de bachillerato para otra ocasión, así como saber que mis vacaciones veraniegas se reducirían a estar tumbado en aquella cama pasando el rato como buenamente pudiera.

Pasé aquel primer día comenzando a despertar mi cuerpo y a abrirse al mundo de los sentidos. Por ello, ya pasado el mediodía, habiendo comido sobriamente, pues no tenía hambre debido a la gravedad de mi estado que hacía no aguantar muchas cantidades a mi estomago (creo que comí algo de pollo, un caldo asqueroso, y un vasito de zumo que me gustó mucho y cuyo trago llegó a ser el momento del día preferido) Notaba ya con toda fiereza mis espaldas al rojo vivo, como si estuviesen sido prendidas continuamente por una llama a cientos de grados. Al principio me resultaba difícil de aguantar tal calvario del que a día de hoy me han quedado grandes cicatrices. Era pues, un infierno que día a día seguía perenne. Al principio lloraba de dolor, luego poco a poco, aprendía a silenciar mi llanto mediante la capacidad de aguante que aumentaría progresivamente, no llegando ya a discernir lo que era realmente el dolor, simplemente me hice a él mediante la fuerza interior para soportarlo. Así, en el infierno, y con las Disidencias a tres meses, la pesadilla no había hecho más que comenzar, el accidente y todo lo que anteriormente me había acontecido, habían sido el paraíso comparado con aquello.

En el próximo capitulo narraré los primeros días de aquel infierno.