Que dulzura hay en el proletariado,
flores marchitadas,
que belleza hay en sus casas,
templos de ceniza,
que dureza hay en sus manos,
piedras del averno,
cuanta sabiduría en sus palabras,
toscas de sabios de la vida.
Ellos no lo saben, pocos lo intuyen,
la belleza de pasear entre sus sombras,
fundirme con la sencillez es olvidar
que soy uno y soy uno más,
y enciende cigarro el anciano sentadito,
entre paredes de ladrillo púrpura como su corazón,
al atardecer el aroma a sudor,
el hombre sobre la efigie,
la libertad es esclavitud.
Y el alba se tiñe de rojo, el color de la vida,
allá a lo lejos el sabio lo contempla,
mientras se funde con la noche,
y ya salen los mozos a cantar bajo las matronas,
que dulzura hay en el proletariado,
mi sombra con la suya,
mi voz con la suya,
mi alma en mi mano,
un pañuelo rojo,
el color de la sangre,
el color de la vida.
El proletariado se levantará,
tanto como silencia el alba de rojo,
calla su sentencia,
que allá a donde va de luz se esconde,
ante burgueses,
el proletariado se levantará,
y su atardecer blanco verá,
el burgués de rojo será lo que verá,
rojas flores se marchitan a su paso,
él lo sabe y al pueblo le teme,
político y burgués,
el cerdo y el asno, juntos,
de la misma condición,
el proletariado bajo una misma bandera,
claveles blancos inundarán templos de ceniza,
rosas rojas inundarán templos de cristal
el proletariado se levantará...
